Este artículo pretende la visualización de la espera desde la perspectiva ambivalente y práctica de la cotidianidad, y del uso que frecuentemente que le damos a esta “acción”.
– ¿Acción?
– Sí. Aunque se perciba algo paradójico (y lo es), acción.
¿Acaso a todos, como seres que vivimos inmiscuidos en un constante proceso que es la vida, no hemos sido en algún momento ejecutores de la acción de esperar? ¿Y por qué acción?, vamos a verlo.
Si miramos detalladamente esta palabra podemos decir que:
- Etimológicamente viene del latín “sperare”, que significa: “tener esperanza”, que implica la acción misma de “poseer” (tener), algo: esperanza.
- En sí misma es un verbo, es decir, “una palabra con la que se expresan acciones”.
- Y, si vemos varios de sus significados podemos encontrar entre los siguientes:
– “Tener esperanza de lograr o de que se realice algo que se desea”.
– “Creer o saber que sucederá una cosa”.
– “Permanecer en un sitio donde se cree o se sabe que llegará alguien o sucederá algo”.
Los que, si de manera particular observamos, son en sí mismos la expresión de una acción: “tener”, “creer”, “permanecer”.
Y es así como podemos decir que cuando nos encontramos en el estado o en la posición de esperar, nos encontramos paradójicamente a la ejecución una acción bastante característica.
Nos hemos puesto en algún momento a pensar en lo difícil que es esperar, y en que, generalmente pretendemos que las cosas salgan como nosotros queremos y que frecuentemente no contemplamos que a veces simplemente hay que fluir. Y en que, si nos esforzáramos de manera consciente en desarrollar esa capacidad de esperar, haríamos mucha más sencilla o sencillas las situaciones de la vida, y no me refiero a situaciones ajenas al común, sino a aquellas de la cotidianidad.
El libro “El Profeta” de Khalil Gibran habla de Almustafa, un hombre que “había esperado doce años en la ciudad de Orphalese, la llegada de su barco, que debía llevarlo de regreso a la isla de su nacimiento” y me puse a pensar por un momento en cada una de las sensaciones que pudo experimentar este personaje durante esa larga espera, y en cómo quizá al inicio la frustración tuvo que abrazarlo y después el desespero y después la impaciencia, pero finalmente, en como relata el texto que él recibe la visita de ese barco y se dirige hacia él, (“y divisó su barco, que se aproximaba con la niebla. Entonces las puertas de su corazón se abrieron de par en par, y su alegría voló la lontananza por encima del mar. Y cerró sus ojos y oró en los silencios de su alma.”) da a entender muchísima mesura, tranquilidad, aceptación y consciencia.
Y pensaba en casos particulares y personales, reales e hipotéticos, y cómo a veces nos desesperamos porque las cosas sucedan de inmediato, en el momento en que queremos, es decir, Almustafa esperó ¡Doce años!, y nosotros a veces pretendemos que las cosas sucedan y acontezcan ya. Sugiero que hay que esforzarnos más y de manera determinante en desarrollar esa capacidad de esperar, pero no sólo de esperar, sino de saber esperar, y de mantener una actitud buena, positiva, agradable y consciente aún en esa espera, porque al final todo llega. Pero, ¿Esperar en qué sentido o de qué manera? Esperar en sí.
El acto de esperar, aunque vincula casi que en su palabra la esperanza misma, también tiene a ser desesperante; y es paradójico. Cuando esperas es porque sabes de antemano que algo va a suceder, porque se tiene esa fe o esa ilusión de que puede pasar, es decir, hay una posibilidad, pero, esa misma posibilidad genera desesperación, frustración, ansiedad, pudiendo ver en que del esperar parte tanto la esperanza como la desesperación.
La clave se encuentra en hallar el punto de equilibrio en la esperanza y la desesperación en la espera para cualquier caso.