Este artículo surge desde la profunda reflexión generada con la experiencia de la pérdida reciente de mi padre, suceso que marca un antes y un después en la vida de cualquier ser humano.
Si bien durante la enfermedad se vislumbra un desenlace inminente, la zozobra permanente subyace en el día a día con preguntas como: ¿Cuándo será? ¿Cómo ira a ser ese momento? ¿Cómo voy a reaccionar?, entre muchas más que acompañan ese preámbulo doloroso.
Esto sin contar, el dolor ante la separación definitiva, que a su vez viene acompañada de una revisión de ese vínculo sagrado con el padre y con los recuerdos de vivencias desde la niñez, las enseñanzas y todo aquello que acude a la mente y a la emoción convirtiéndose en gratitud, admiración, un infinito amor y un gran temor ante la perspectiva de no poder disfrutar nunca más de su presencia física, ni de sus abrazos, ni de los sabios consejos de un padre maravilloso.
Sumado a esto como adultos, continuamos simultáneamente con responsabilidades laborales que reclaman igualmente nuestra atención, reuniones con clientes, ejecución de actividades grupales, individuales y todo lo que conlleva asumir responsablemente el cargo que se ocupa dentro de la estructura empresarial.
Es así como nos vemos con un alto nivel de exigencia psíquica, emocional, física, laboral ya que hay que estar redoblando los niveles de atención y concentración, que por cierto se ven bien afectados porque es imposible mantenerlos en alto por períodos prolongados de tiempo, viéndose impactada también la productividad personal y laboral.
Y es así como la partida de un ser querido es un hecho trascendental en la vida de una persona, con la capacidad de mover todas y cada una de las fibras del ser, generando un profundo vacío, un dolor inmenso y generalizado, en donde duele el aire, duele pensar, duele sentir, duele hablar entre muchas otras sensaciones que se cruzan en un nadaísmo absoluto que llevan muchas veces a la inercia.
En este sentido, es un estado el que hay que asumir y afrontar, haciendo acopio de la resiliencia, de los recursos internos y de la responsabilidad adquirido consigo mismo, con el trabajo y lo que todo esto conlleva.
Esto significa que hay que retomar las actividades laborales, en un estado completamente diferente tratando de reconstruirse minuto a minuto. Es acá en donde los compañeros de trabajo adquieren un sentido diferente, en la medida que haya empatía, y deseo genuino de acoger a quien está en el proceso de duelo, este, se hace más llevadero.
Así mismo, la empresa juega un papel fundamental y no en vano es que el Ministerio emitió un Protocolo de actuación en el entorno laboral situaciones de duelo, en donde se inicia la introducción con este párrafo que define el duelo como “un proceso por el cual atraviesa una persona ante la muerte de un ser querido o frente a cualquier otra pérdida considerada significativa en su vida. Es importante precisar que se trata de un proceso (no de un estado) natural en el que el doliente atraviesa una serie de fases o tareas que conducen a la superación de dicho proceso”.
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Se convierte este protocolo en una herramienta que humaniza estos procesos con acciones preventivas que bien aplican a todos los colaboradores, pero especialmente a quienes viven situaciones delicadas de quebrantos de salud de seres queridos. Igualmente, acciones de intervención por quienes están viviendo la pérdida.
Es una invitación entonces a que este protocolo sea un documento que cobre vida en las organizaciones, para hacerlas más humanas y acompañar en el transitar hacia la recuperación de la estabilidad emocional y funcional de quienes han tenido una pérdida significativa en sus vidas.